Pero… ¿Por qué eres del Real Madrid? No me lo pregunta nadie en concreto. Quizá el que más veces se haga esa pregunta sea yo mismo. Junto a un suspiro y algunos instantes de reflexión, recurro a un recuerdo que me acompañará de por vida. Un bar frente al colegio Cristóbal Colón, en el barrio de los Pajarillos de Valladolid. Ese colegio donde se cuajan mis primeros recuerdos como alumno y que compartí con mi madre. Por cierto, primera sede del Aula Cultural. Equipo de la división de honor femenina de balonmano en el que mi madre y mi tía tuvieron un gran protagonismo durante sus primeros años de historia. Volvamos a ese bar cuyo nombre no recuerdo. El caso es que ese día mi abuelo me llevó a ver el partido del Real Madrid frente al Atlético (temporada 94/95) en el que debutó un jovencísimo Raúl González Blanco. Qué decir. Ese hombre es un claro ejemplo de lo que quiero ser en mi vida. También el siete del Madrid. Pero me refiero, por supuesto, a mi abuelo. Ese día Raúl provocó un penalti, dio una asistencia de gol a Zamorano y marcó su primer gol como jugador blanco. Ese día, el espíritu crítico de mi abuelo quedó satisfecho y lo recuerdo como si fuera hoy. Esa ilusión por un Real Madrid castizo y con gran personalidad, como mi abuelo, quedará impregnado en mí y hará que, pese a mi enfado y decepción con el actual porvenir del equipo, en el fondo siempre sea un merengón empedernido. No recuerdo con exactitud los logros de aquella temporada. Ni siquiera recuerdo ningún título hasta la famosa “séptima” conseguida con aquel churro afortunado de Mijatovic. Pero me da igual. Recuerdo algo más importante que todo eso. Recuerdo como mi abuelo me traía cada temporada el póster que su amigo el “fontanero” le daba expresamente para mí. Un poster con la foto de toda la plantilla en aquellos tiempos en los que al club blanco le patrocinaba Teka (por esa razón era el fontanero el distribuidor de aquellos posters). El caso es que me aprendía de memoria las plantillas al completo mirando una y otra vez aquellas láminas. Soy del Madrid. Y mentiría si dijese lo contrario. Pese a aborrecer y contradecir con todas mis fuerzas al actual club, siempre seré madridista. Es cuestión de sentimiento. Es una asociación que intuyo muy humana y que tiene que ver con una sensación de bienestar producida por aquellos momentos compartidos con mi abuelo. Que grandes. De hecho, hace dos años pisé por primera vez el Bernabéu. Y como no, junto a mi abuelo. Pleno invierno. Mucho frio. Llovía. Nos calamos. Fuimos y volvimos en el día. Valladolid – Madrid. Su cara al pisar el estadio fue… éramos dos críos con su juguete nuevo. Y aquel día jugamos juntos. Nada ni nadie podía estropear ese momento ni romper ese vínculo mágico inexplicable. Además, ganamos. 2 – 0 frente al Sevilla. Goles de Benzemá y Casemiro. De vuelta, en el coche, algo más de dos horas de tertulia. ¿Ahora me entendéis? Yo sí. Lo tengo bien claro. Soy madridista y siempre lo seré. Es una deuda emocional. También entiendo a cualquiera que sea de cualquier equipo. Y lo respetaré. Me gusta el fútbol, el deporte en general. Mi equipo favorito es el Barsa de Guardiola. Me fascina el Atlético del Cholo. Siempre con el Rayo y su gente. Me flipa el Betis y el Sevilla a su vez… soy de Valladolid, así que ¡Aupa Pucela! Pero por encima de todo, por todos esos hermosos recuerdos: ¡HALA MADRID!