“Por encima, los albatros se mantienen en el aire y en la profundidad, bajo las olas, en laberintos de coral. Viene a través de la arena el eco de un tiempo distante, y todo es verde y submarino…” Así comienza el “Echoes” de Pink Floyd. Algunos de vosotros seguro que habéis viajado a Pompeya nada más leer esto. Los que lo habéis hecho, comprenderéis que afirme que regalaría un pedazo de mi vida por estar en ese preciso instante en aquel preciso lugar en el que se realizó aquella grabación de la banda londinense. También habrá quien no sepa de lo que estoy hablando, pero tiene fácil solución. Acudir a ese instinto animal tan degradado últimamente que se llama curiosidad, entrad en Youtube y buscad “Pink Floyd – Echoes Pompeii”. De nada. Pues sí. Para sorpresa de muchos, Pink Floyd es mi grupo favorito a mis 33 años y siendo un, ¿millennial? Os sorprendería más saber que en castellano aun no he escuchado un disco como “El Patio” de la banda sevillana “Triana”. Sinceramente, me enorgullezco de ello. Estoy satisfecho conmigo mismo por haber investigado y navegado por todos los estilos musicales y de todas las épocas. Eso me hace ser infinitamente más rico. Lejos de ser músico, y desgraciadamente no lo soy por mis pésimas dotes al respecto, soy un gran aficionado a ese maravilloso arte. Siempre digo que prefiero ciego que sordo. Porque de los colores soy capaz de renunciar, pero sin la música no podría vivir. La música ha acompañado al ser humano desde épocas ancestrales. El mero cantar de un pajarillo o el ritmo del latido del corazón. La naturaleza que nos rodea nos proporciona las más maravillosas melodías, de ejemplo el sonido de las olas del mar sobre la orilla. La música se adentra en nuestras emociones. En nuestros sentimientos. Y claro, la música es capaz de movilizar masas. El efecto fan, ahora más conocido como “followers”, es un claro ejemplo de lo que la música es capaz de influenciar en las personas. Pero detrás de la música que mueve esas masas hay personas. No siempre son músicos (una cosa es hacer música y otra ser músico. Yo por escribir este artículo no me puedo ni debo considerarme periodista), y hemos llegado a un momento histórico donde el simplismo más banal es lo que está calando en las nuevas generaciones. Esto me duele y me crea un fuerte conflicto conmigo mismo, porque intento comprenderlo. Intento, inútilmente, no juzgar al público joven que es incapaz de escuchar un disco completo e ir más allá de lo que los medios les venden como “Playlist de éxitos”. Justo ahora, en un momento histórico en el que el acceso a todo tipo de música es más fácil que nunca, el público mayoritario prefiere conformarse con melodías básicas y repetitivas y letras escritas por burricos en celo. Y es una verdadera pena, porque no es que no hagan el intento de escuchar música procedente de otras épocas. Es que hoy en día se sigue creando verdaderas maravillas dignas de los mejores compositores de la historia. Melodías complejas. Letras que son verdadera poesía. En inglés; en castellano. Rap; rock; pop; electrónica; flamenco… Ahora más que nunca las opciones son infinitas. ¿Por qué entonces el gran público se decanta por ese simplismo tan degradante? No sé la respuesta. Pero mira. Ellos se lo pierden. Escuchen más Pink Floyd y sabrán de lo que les hablo.